Gijón, 1965. Doctorada en Filología Hispánica por la Universidad Autónoma de Madrid, fue Visiting Lecturer en la Universidad de Michigan y trabajó como investigadora en la Unidad de Estudios Biográficos de la Universidad de Barcelona.
Obtuvo el Premio de Ensayo Casa de las Américas 1994. Ha trabajado en el sector de la edición y colaborado en diversos medios. Imparte el taller de Escritura Creativa en el Máster de Humanidades de la UAM.
Es autora del libro de relatos A tragos y de las novelas Déjenme dormir en paz (beca de Ayuda a la Creación del Ministerio de Cultura), Por eso envejecemos tan deprisa, En el fondo y Una noche en Amalfi. Esta última traducida al italiano por Edizioni E/O. Su último libro es El desconcierto.
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La manía de entender
La manía de entender es un guiño al poema filosófico De rerum natura (siglo I a.C.) que el poeta romano Lucrecio escribe para abordar desde una perspectiva científica el ciclo de la vida y de la muerte, animado por la idea de que el conocimiento es el mejor antídoto contra el miedo. Ambientada en un único lugar y con un grupo reducido de personajes, mi novela funciona como metáfora de un estado vital desde el que explorar el tema de la identidad, la dualidad cuerpo/mente, la inseguridad y el autoengaño.
Escribir es siempre tachar, corregir. Muchas veces, como quien esculpe un bloque de piedra, se trata de quitar. En este caso, el propio proceso de escritura se ha convertido en una obra independiente. Dentro y fuera del texto me interesa explorar la mezcla de géneros y de disciplinas, en este sentido, las páginas intervenidas de un primer borrador reflejan ese empeño por analizar, ese intento -tan a menudo frustrado- de ver.
La intuición tacha lo que la razón ha ordenado, y es en esa grieta donde acaso pueda atisbarse la verdad. También las anotaciones en los papeles son un juego de claroscuros donde la zona en sombra se intuye, y la obviedad molesta. En definitiva, se trata de encarar esa “manía de entender” sumando al pensamiento analítico una perspectiva más intuitiva y sensorial.
Llegué a Roma con un primer borrador de la novela que no me servía, pero del que no quería desprenderme sin más. Sentía que me había encorsetado en un molde demasiado rígido, en una narración estereotipada que se quedaba en la superficie de los temas. Como ejercicio literario podía valer, pero mi empeño era ir más allá y comprender realmente por qué había enfocado así el asunto y lo que eso suponía. Nada más llegar, comencé a escribir un segundo borrador, alternando la escritura con hacer mío el espacio de mi habitación, el espacio de la Academia, conocer a los compañeros, recorrer el barrio y la ciudad. Fui a museos, asistí a conciertos, hablé con gente de diferentes disciplinas, paseé mucho. Al cabo de un mes saqué ese primer borrador de la carpeta y me lo quedé mirando. Seleccioné algunas de las páginas que al corregir me habían dado más rabia (tenían frases tachadas con bolígrafo rojo, exclamaciones que se reían de párrafos enteros) y, sobre las escaleras del jardín, las cubrí a brochazos con esmalte sintético negro. De pronto se trastocaba el concepto de lo útil. Páginas que no servían, ahora servían doblemente: por un lado, para saber lo que no quería hacer, por otro, se habían convertido en obra visual, una metáfora de mi empeño -frustrado- por entender.
Esto era justo lo que yo venía buscando para mi novela: Probar a alejarme del pensamiento analítico, no intelectualizarlo todo y dar más margen a lo sensorial y a la intuición, porque el corsé rígido de “lo que debía ser” no me había funcionado. Este proceso no se habría desarrollado de esta forma si no hubiera estado aquí: En primer lugar, por la avalancha de estímulos, tanto los de monumentos, museos, calles, como los que recibía al abrir mi propio balcón cada mañana, la luz y el color de las paredes de la Academia, el cielo sobre el jardín o las sombras que hacía el sol sobre los papeles de mi mesa de trabajo. En segundo lugar, por la convivencia con artistas de otras disciplinas que me han estimulado con aportaciones utilísimas, desde la sugerencia de probar la parafina con las hojas al préstamo de diferentes tipos de pintura o las referencias de lectura. También la estancia en la Academia me ha permitido conocer obras y autores más allá del campo de la literatura que me sirven como punto de referencia y de estímulo para esta deriva de mi obra: le cancellature de Emilio Isgro o los escritos autocensurados de Concha Jerez.
De forma paralela a esta exploración plástica, la escritura de la novela siguió su curso. Pero ya cuando me sentaba frente al ordenador mi disposición era otra. Me resultaba más fácil dejarme llevar, romper el molde rígido de una narración clásica y explorar con líneas más cercanas a la poesía. La novela creo que ha cobrado más peso e interés, porque además se ha establecido dentro de ella un diálogo con ese primer borrador, en un giro que remite al título: esa manía de entender y todo lo que conlleva. Mi escritura ha derivado en lo que podría llamarse una novela expandida y a partir de aquí siento que se abren muchas posibilidades. expresivas que me apetece explorar.