Madrid, 1983. Estudia ilustración y diseño gráfico en la Escuela Arte 10 de Madrid.
En 2004, publica su primer cómic y arranca su carrera profesional como ilustradora trabajando para clientes como el New Yorker, Vanity Fair, eldiario.es o El Salto. Desde el año 2016 colabora en el periódico del Ayuntamiento de Madrid M21 Magazine. Como activista, preside la Asociación de Ilustradores de Madrid y fue promotora del Colectivo de Autoras de Cómic.
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Doña Concha: la rosa y la espina es un cómic biográfico sobre Concha Piquer que a través de distintas fuentes narrativas busca comprender las circunstancias vitales, históricas y culturales de la artista. Por un lado, Doña Concha es una historieta que recorre la vida de la valenciana desde sus inicios hasta su éxito y, por otro, es una obra documental que entrevista a diversos expertos sobre la copla y su relación con el fascismo, el empoderamiento femenina y lo LGBT.
“No hay género chico si la artista es grande”, le decían a Sara Montiel en El último cuplé. La copla siempre ha sido considerada un género menor, mera canción popular, algo mediocre. Y después el franquismo, la cosa no cambió mucho, más bien al revés. La copla simbolizaba la dictadura, lo caduco, la represión y el dolor de una época. Con el tiempo algunos intelectuales se han acercado a ella y han descubierto lo que realmente fue: la música de un pueblo doliente, pero sobre todo la música de las mujeres.
Como dice Basilio Martín Patino en Canciones para después de una Guerra (1971): “Eran canciones para sobrevivir. Canciones con calor, con ilusiones, con historia, canciones para sobreponerse a la oscuridad, al vacío, al miedo. Eran canciones para (…) ayudarnos en la necesidad de soñar, en el esfuerzo de vivir”.
Quizás cabría preguntarse por la elección concreta de la Piquer, explicar por qué ella y no otra.
Sin lugar a dudas, del Olimpo de las folclóricas españolas, Concha Piquer sería la reina. Parte de su talento es que no solo cantaba la copla, también la vivía. Pero su aportación va más allá. Le debemos también el haber contemporizado el espectáculo teatral y contribuido a la configuración de la copla, un género que estaba por definirse y que alcanzó su forma final en la posguerra gracias a ella.
Arte popular es, también, el cómic. A través de distintas narraciones intercaladas se entremezclan la vida de Concha y las entrevistas a los académicos en viñetas, pretendiendo componer un testimonio de un personaje importantísimo de la cultura popular española en cómic, un medio que, a mi juicio, además de componer grandes historias puede ser una herramienta de análisis periodístico muy interesante.
El proceso de una novela gráfica es largo y desgastante. La constancia es fundamental. Para acabar un proyecto tan extenso, de más de 140 páginas, hay que encerrarse y trabajar a destajo. Por mi parte no hubo problema, vine a Roma sabiendo que me iba a encerrar desde el primer día. Mi objetivo era intentar acabar en primavera y disfrutar de la ciudad con la llegada del calor, pero el COVID-19 cambió todo.
Vivir esta experiencia en la Academia no ha sido la mejor manera de disfrutar de la beca, pero sí de vivir circunstancias históricas en un sitio privilegiado que no solo ha transformado nuestros proyectos, también nos ha transformado como personas. Y es que el confinamiento nos ha enseñado muchas cosas, pero sobre todo nos ha servido para cuidarnos. Creo que en circunstancias tan complejas, que catorce personas (sin contar las sentidas ausencias) compartiendo un mismo espacio hayan generado lazos de hermandad tan profundos demuestra, no solo nuestra gran calidad humana, sino también que efectivamente, el Patronato no se equivoca.
Desde que acabó el confinamiento intento seguir mirando a Roma como si fuera octubre. Intento fijarme en algún detalle, alguna luz, algo que me relaje. Procuro experimentar la misma sensación que cuando observo el mar, pero en lugar de devolverme los vaivenes de las olas, Roma me regala las campanadas de las iglesias y los graznidos de las gaviotas. Poder mirar desde el Gianicolo este océano de cúpulas, me ayuda a recuperar la sensación de estar en un sitio más allá de las paredes de mi estudio. Lo cierto es que ya no es octubre y el COVID-19 ha cambiado también la mirada, mi mirada. Miro Roma de forma distinta. Y con esa mirada, que también construye mi mundo, han cambiado muchas cosas de trabajo.
Doña Concha pegó un acelerón los meses de confinamiento y he aprovechado las circunstancias intentando explorar nuevas formas en donde plasmar mi trabajo, como la pintura o el grabado. El encierro me sirvió para trabajar hasta el agotamiento, aprendiendo muchísimo de los compañeros. La verdad es que no sé hacia dónde se dirigirá esto, no sé si acabaré haciendo más pintura o grabado, pero creo que es interesante tener esa curiosidad infantil otra vez, ese ansia creativa que muchas veces nos salva a los artistas, nos saca de nuestra oscuridad y también nos protege. Personalmente, agradezco el haber podido tener energía para exorcizar lo negativo que hemos vivido estos meses y, aunque puede que muchos objetivos no se hayan cumplido, he sacado en claro el papel tan fundamental que tiene la cultura en la salvación del alma.