PINTURA
Sevilla, 1964. Artista. Entiendo el arte como una práctica libre que abraza la sensibilidad y la acción consciente de la naturaleza. Abordo la pintura desde una perspectiva holística del proceso estético, practicando el arte como juego, como activismo y como forma de autodescubrimiento. Algunos proyectos recientes han sido Perséfone sin velo (Galería Juana de Aizpuru, Madrid); Al borde del mundo (IVAM, Valencia); Tuiza: las culturas de la jaima (Palacio de Cristal del Parque del Retiro, MNCARS, Madrid) y La canción del tomaco (MEIAC, Badajoz).
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La propuesta consiste en una serie pictórica que explora mi relación con los misterios de la inspiración de la mano del mito y la imaginación. La indagación se sumerge en los orígenes indígenas de nuestra cultura en busca de sabiduría y contempla tres capítulos. El primero trata sobre la iniciación y el segundo sobre la transformación. La tercera parte aborda la conciencia energética que anima toda forma de vida y que podemos denominar una “espiritualidad de la tierra”. Me propongo seguir los rastros de un ideal estético anterior a nuestros postulados clásicos del arte. Como explican algunos historiadores, el arte se originó en una experiencia mágica que se vivía en ceremonias religiosas populares en honor a la diosa Luna, Madre Tierra o la Musa. Se trataba de un arte cotidiano, ritual, extático, comunal y procesual. El mito de las Musas y Apolo se refiere a la revolución prehistórica que rompió el equilibrio entre los principios femenino y masculino, específicamente la supresión del matriarcado por el patriarcado. La historia explica cómo el mito originario de la Diosa Madre que abarcaba el Mediterráneo se perdió con las invasiones arias. Las divinidades masculinas fueron desplazando el papel de la Diosa por la necesidad de situarlo en el nuevo contexto de la evolución de la conciencia humana. Ahora, cuando hemos desacralizado la naturaleza y somos incapaces de contemplar la vida como una unidad viviente, quizá se haga necesario conocer a fondo cuál es la naturaleza de la antigua Diosa Madre, para comprender mejor las implicaciones que ha supuesto su pérdida para el ser humano. Veo el conocimiento de la tradición matriarcal como una conexión con la emergencia de movimientos contemporáneos, que ponen la vida en el centro de la transformación ecológica y social, y que pueden apoyarse en cosmovisiones alternativas, liberando un potencial de significados transformadores para el arte y la sociedad.
Llegar a Roma ha sido una bofetada de humildad. Verme inmerso en la riqueza histórica de este lugar me ha impresionado, me ha conmovido y ha puesto patas arriba mis previsiones. Además, venir a Roma a explorar el arte antiguo puede resultar apabullante si no se toma la experiencia como un juego de acercamiento y distanciamiento. Mi proyecto invoca a las musas en busca de inspiración pictórica. Y, concretamente, parte de la afirmación de Homero en La Ilíada de que, en un momento de nuestro pasado remoto, el dios Apolo domesticó a las musas. Si el arte es una manifestación de la estructura social en la que emerge, mi arte no puede ser otro que el síntoma de una sociedad desconectada de sí misma, que ha perdido la inspiración divina y el contexto de lo sagrado. Por tanto mi trabajo aquí no ha consistido sólo en conocer el arte y los mitos arcaicos. Ha sido sobre todo una indagación interior y un intento de entenderme en el contexto de un universo mayor. He intentado rendirme a la experiencia del proceso, dejar que ocurra, e intentar no controlarlo mentalmente. El secreto que he aprendido es que el proceso de realizar nuestra obra no es algo que tengamos que sobrellevar, sino aquello donde el verdadero sentido está esperando a que lo descubramos. Cualquier búsqueda artística es infinita por su propia naturaleza. La forma artística es siempre más grande que nuestra habilidad o nivel técnico. El reconocimiento de esta certeza puede servir como un despertar, la comprensión liberadora de que nunca alcanzaremos el final de nuestro devenir artístico. Recorriendo el camino construimos una relación con el espíritu del arte que continuamente revela nuevos secretos, a medida que se expande nuestra capacidad para entenderlo.
Trabajar en el estudio de la Academia ha sido maravilloso. El enorme ventanal que da al jardín inunda de luz el espacio que se dispersa en el canto de gaviotas y papagallos. Con la imprevisible llegada de la siniestra pandemia nos hemos visto paradójicamente confinados en un espacio de libertad. Hemos apreciado cuán preciosa y frágil es la vida. Hemos experimentado momentos de gratitud hacia las cosas más cotidianas: la ciudad, las flores de la primavera, la comida buena o la voz de un ser querido por teléfono. Tenernos los unos a los otros ha sido fundamental, no solo en la vida diaria en la Academia, sino en la elaboración de proyectos colaborativos. Como el animado taller de pancartas organizado por Susanna, el viacrucis iniciático con José Ramón y Ana, la mágica colaboración con Joana y el diálogo creativo con todas. Gracias por vuestro cariño y complicidad.