Barcelona, 1964. Es historiador del arte, doctor en Estudios Culturales, comisario de exposiciones, realizador audiovisual, profesor titular de BAU Centro Universitario de Diseño de Barcelona y miembro del Grupo de Investigación GREDITS.
Desde finales de los años 80 ha desarrollado numerosos proyectos nacionales e internacionales de investigación, en formato expositivo, audiovisual o editorial, a menudo en relación a las políticas de la imagen. Los más recientes son: : Actuar en la emergencia. Repensar la agencia del diseño durante (y después) de la COVID-19 (RAER, GREDITS, BAU, UNIKORE, AASD, Università Federico II, Hangar, ISIA, 2021-2023); Las videntes. Imágenes en la era de la predicción (Arcadia, 2021); Fantasma’77. Iconoclastia española (Tecla Sala, Roca Umbert, Centre del Carme, Casal Solleric, 2020; con Matteo Guidi y Rebecca Mutell); Iconografía post-millenial (Morsa, 2019); La competencia de lo falso. Una historia del fake (Cátedra, 2018); Espectros (Virreina, 2017); Fake. No es verdad, no es mentira (IVAM, 2016); Interface Politics (BAU, 2016, 2018); Arte en España (1939-2015). Ideas, prácticas, políticas (Cátedra, 2015; con Patricia Mayayo).
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En la estela de una serie de trabajos previos dedicados a la Inteligencia Artificial y a su impacto en determinados imaginarios y órdenes lingüísticos sociales, el motivo de la residencia fue elaborar un libro que trazara una genealogía del actual régimen matemático de predicciones. El objetivo consistió en exponer tanto el motor que ha llevado a las máquinas a hacer suyo el lenguaje de los oráculos a la hora de juzgar todo lo existente, en especial el comportamiento humano, como el hecho de que los sistemas de algoritmos están aprendiendo muy rápido a ver imágenes, a escribirlas y con ello a pronosticar el mundo casi exclusivamente a través de ellas. Mi perspectiva es la de un historiador del arte, lo que conlleva una mirada algo singular, dado que ya no nos dedicamos solamente a tratar con las imágenes artísticas, sino que ahora nos ocupamos de todas las imágenes. El proyecto pretendía, pues, ver el papel de éstas, tanto las artísticas como las científicas, en el transcurso de este proceso, cuyo análisis se propone a partir de ciertos vericuetos que iluminen los nudos históricos con los que, poco a poco, fue atándose la verdad predictiva, una única forma de describir el mundo obsesionada por saberlo todo y por cancelar toda forma de incertidumbre y serendipia. El resultado de la beca es el libro Las videntes. Imágenes en la era de la predicción, publicado por la editorial Arcadia, en Barcelona, en marzo de 2021.
La idea era redactar un libro —en parte, animado por la oferta de una editorial— en el que trazar una genealogía de la función de las imágenes en las ciencias dedicadas al pronóstico y la predicción. La razón de acudir a Roma fue explorar documentalmente algunas partes de ese proceso. Desde el Renacimiento hasta los inicios del siglo XX, una gran parte de la intelligentsia italiana fue influenciada por las teorías fisionómicas clásicas, que juzgaban la personalidad a través de los rasgos anatómicos, adoptando un tipo de representación de las emociones y los gestos que acabó siendo adoptado por la naciente “física social” del siglo XIX. La antropometría y la antropología criminal y psiquiátrica pusieron las bases para augurar el comportamiento humano, a partir del estudio y comparación morfológica, y del uso intensivo del nuevo medio fotográfico. Hoy denominamos a esas técnicas como biométricas, y constituyen el eje del actual régimen predictivo.
El confinamiento a causa de la pandemia truncó todas las consultas, y hubo que echar mano de archivos online. Las consultas de carácter técnico con ingenieros y artistas de software se desarrollaron sin mayores problemas de modo telemático. Todo el plan restante se fue al garete. Sólo quedó sentarse y escribir junto a un jardín lleno de pajaritos, amenizado con sesiones de aerobic (que llamamos Bella Gamba, magníficamente coreografiadas por Ana Bustelo y Joserra Ais), salidas al supermercado y caballitos de tequila. El día 16 de abril escribí la última línea de 176 páginas. El 15 de mayo logré encontrar un vuelo triangulado que me devolvió a Barcelona. El 1 de septiembre entregué el manuscrito definitivo a la editorial.
Llegué a la Academia para trabajar tres meses, entre el primero de febrero y el último día de abril. El 4 de marzo se cerró todo y nos quedamos confinados en el recinto, una suerte de jaula de oro. Un día apareció un Kinder sorpresa en la taquilla de cada uno. Alguien los había dejado ahí para infundir ánimos. Nunca supe quién. Tampoco pregunté mucho. Dentro del mío había una figurita infantil de plástico verde con un casco alado rojo de quita y pon que le hacía de pasamontañas. Era una niña con los ojos enormes, sonriente, con los brazos levantados. La llamé Wilson, en recuerdo a la pelota que acompañaba a un náufrago en una película, y la puse sobre la mesilla de cama. Las imágenes y las noticias terribles se sucedían cada día. Una noche, Wilson me habló en un sueño como una Sibila: “Ten cuidado con las categorías clásicas de esta maldita ciudad”.