Marín, 1985. Escritora, licenciada en Periodismo, con un máster en Cooperación Internacional y un máster en Filosofía Práctica.
Participante en el experimental Programa de Estudos en Mancomún, del que derivó la obra "A través das marxes. Entrelazando feminismos, ruralidades e comúns", de la que es coeditora y coautora.
Ha publicado, entre otras, las obras poéticas "Os lobos na casa de Esaú" (Chan da pólvora, 2017) y "claus e o alacrán" (Espiral Maior, 2018) y la obra narrativa "O axolote" (Galaxia, 2020).
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La ciudad y el sueño
Lo sublime y lo monstruoso, lo monumental y lo menor, lo épico y lo subalterno, el amor y el poder, la vida y la muerte en una ciudad eterna. Estos son algunos de los dualismos, inseparables y con unos límites en ocasiones difusos, que se utilizan como punto de partida para ir configurando un retrato de Roma desde el aquí y el ahora.
Un paseo por la ciudad construido desde una cierta consciencia de la propia fragilidad del relato y del peso de la(s) historia(s) que la componen y que atraviesan a las personas que la habitan o que la transitan. Estos son los pilares del proyecto literario La ciudad y el sueño, un ensayo poético en el que se cruzan historia, mitología, arte, arquitectura y literatura, hiladas en la mirada de una observadora de paso.
Tengo sobre mi mesa y en las paredes docenas de fotos, de postales, notas con lugares que visitar y fotografiar, apuntes que me lanzan de un lugar a otro de la ciudad, que me recuerdan imágenes y símbolos que no debo perder de vista: el dorado, las esculturas heroicas, las estaciones de tren en los barrios de la periferia. En mi estudio hago recuento de mapas, bocetos, líneas dinásticas, esquemas de conceptos. Me es imposible entender la ciudad, por eso indago en su pasado antiguo. Busco en la luz, en los trazos invisibles dibujados por los acueductos, en los graznidos de los cuervos.
En estos meses he intentado buscarme a mí en la ciudad y todo esto es lo que he encontrado: luz, líneas al pasado, graznidos, vida y muerte paseándose de la mano en cada esquina, en cada calle, en cada parque. He querido llevarles flores a algunos muertos que ya considero míos, pero ni siquiera los he encontrado a todos. Entonces me he perdido en frescos, en alabastros, en exedras, intentando adivinar todas las manos que los han tocado durante siglos, antes de mí.
De mi paso por este lugar mágico del Gianicolo he aprendido esto: a percibir la ciudad con otros ojos, otras manos, otros oídos, a detenerme en lugares y realidades que antes no existían para mí. Me he dejado contagiar por las personas que me rodeaban, tan distintas todas ellas en procedencia, en disciplina, en edad y en forma de habitar el mundo. He aprendido más de lo que podría imaginar; he tratado de cartografiarlo todo, como si todo fuese susceptible de ser escrito y descrito.
Llegué a Roma para hablar de la vida y de pronto me vi hablando de la muerte y de lo que la muerte deja a su paso, de la luz. He tenido que romper en mil pedazos el proyecto con el que llegué a la Academia, porque ya no me valía. Con los pedazos he escrito uno nuevo, quizás no tan distinto, pero más coherente con mi aquí y mi ahora, más real; un libro que habla de las presencias y las ausencias, del amor y del terror, del poder y de la identidad, del tránsito en esta ciudad anclada a un río, con sus siete colinas de puertas abiertas, por donde nunca deja de azotar el viento.
Me he dejado atravesar por la ciudad y su luz. Lo que quede de mí después de ella es todavía imprevisible.